Son las seis de la mañana, el pastor no necesita despertador porque lleva levantándose a esa hora durante treinta años. Recoge a su perro y se dirige al corral donde tiene guardadas sus ovejas. El perro pega dos ladridos para que sus animales comiencen a menearse y salgan de su cubículo. Poco a poco va amaneciendo mientras las ovejas van pastando de un lugar a otro bajo la atenta mirada del pastor y su perro. Es hora de almorzar, el hombre ajado, se sienta a la sombra de una inmensa carrasca, abre su mochila y saca su tupper con un par de chorizos, un trozo de queso curado en aceite y dos trozos de panceta. Corta un trozo de pan y da cuenta de su suculento tentempié. Por supuesto lo comparte con su amigo de cada día, su perro. Van de un lado a otro buscando los mejores pastos para su rebaño. De vez en cuando alguna oveja descarriada intenta desviarse de su grupo y se escucha algún ladrido, pero son pocos ya que los animales conocen muy bien a su guardián. El pastor otea el horizonte y vaticina una tormenta. Horas después el hombre que entiende el campo como nadie, se refugia y ve caer la lluvia junto a su amigo. Las ovejas están a buen recaudo. Amaina la tempestad y prosiguen su camino. Poco a poco va cayendo el día, el hombre mira hacia el sol y decide que es hora de volver. Una vez contadas y guardadas sus ovejas en su lugar de descanso se dirige a su casa. Vive solo con su admirado perro, ese que le escucha y le agradece su compañía. Ha finalizado el día, mañana habrá otro.
Y en ese nuevo día, el pastor seguirá sin saber lo que es la prima de riesgo, la deuda, la recapitalización de los bancos, los recortes en educación y sanidad, la subida del IRPF, el precio del combustible y las no ruedas de prensa (no se admiten preguntas) de nuestro presidente...